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- Viviendo el duelo siendo psicóloga
Hoy se cumple un año del último desayuno que compartí físicamente con mi papá, a quien cariñosamente llamábamos Toto, su apodo desde pequeño. Esa mañana cruzamos pocas palabras, pero sí nos expresamos lo mucho que nos amábamos. Ese instante, compartido además con mi hermano menor, fue sublime, único, y lo guardo como un tesoro en mi memoria. Transitar este proceso de su ausencia me ha costado y me sigue costando, porque mi papá era mi compañero en muchas cosas cotidianas. Al mismo tiempo, me tocó acompañar a muchos de mis pacientes —personas que con confianza me eligieron como su terapeuta— en medio de situaciones complejas. Ahí apareció uno de los mayores desafíos: ser psicóloga, ser humana y, sobre todo, aceptar que no soy perfecta. Existe un estigma fuerte: la creencia de que, por ser profesional de la salud mental, “tenemos que estar siempre bien”, como si no tuviéramos derecho a quebrarnos. Sin embargo, este año me enseñó que incluso con todas las herramientas que aprendí y enseño, sigo siendo una persona que siente, que sufre, que atraviesa silencios y que también necesita apoyo. Ser profesional en salud mental tiene ventajas, porque contamos con recursos que podemos aplicar en nuestra propia vida. Tener herramientas me ayudó a sostenerme, pero no me evitó el dolor. Porque el duelo no se trata de eliminar lo que sentimos, sino de aprender a caminar con ello. Y ahí entendí que las técnicas no son un escudo que nos aísla del sufrimiento, sino un apoyo para transitarlo de manera más compasiva. Mi duelo fue, en gran parte, silencioso: acompañado de lágrimas, cansancio, momentos de vacío y poca motivación. En medio de esa vulnerabilidad, la compañía de mi familia y de unos pocos —contados con los dedos— amigos fue lo que me permitió empezar, poco a poco, a sostenerme y abrirme nuevamente al compartir. El duelo de una psicóloga tiene un matiz particular: muchos asumen que no necesitamos de los demás, que “ya sabemos qué hacer”, o que si no hablamos en los encuentros sociales del tema es porque lo tenemos superado. La realidad es otra: seguimos siendo hijas, seguimos siendo humanas, y también necesitamos espacios seguros donde mostrarnos frágiles. Hoy, mirando hacia atrás, abrazo la certeza de que este proceso me ha hecho más fuerte, más empática y más cercana. No desde el rol de la psicóloga que “tiene todas las respuestas”, sino desde la mujer que perdió a su papá y aprendió que sanar también significa permitirse ser acompañada. En la terapia de aceptación y compromiso solemos decir que el dolor es como una mochila que no podemos soltar, pero sí podemos elegir hacia dónde caminar con ella. Yo sigo llevando la mochila de la ausencia de mi papá, y aunque pesa, también me recuerda el amor que compartimos. Lo importante no es deshacerse del dolor, sino seguir avanzando hacia aquello que da sentido y conecta con nuestros valores. Quiero dejar una reflexión final: validar y compartir las emociones es un acto de humanidad, sin importar si sos psicólogo o no. Aceptar que sentimos dolor, tristeza o vulnerabilidad no nos hace débiles, nos hace auténticos. Porque el duelo, como la vida, se transita mejor cuando no lo caminamos en soledad. Comparto además estas palabras de mi papá, que siempre llevo conmigo: “Siempre es importante hacer un cero en la vida, para empezar de nuevo o reenlazarnos. Siempre tenemos la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente o mejor”. Gracias, papá, por tu amor y por haberme brindado todo para ser quien soy. Si llegaste hasta aquí, gracias por leerme. Con cariño, Jaz
- Conflictos de pareja en Navidad: el dilema de dónde ir
La Navidad suele mostrarse como un momento mágico, lleno de unión y celebración. Pero para muchas parejas, puede convertirse en una fuente de conflicto. La pregunta de dónde pasar la noche del 24, con la familia de uno o del otro, puede generar tensiones inesperadas. ¿Por qué? Porque esta decisión no es solo logística; está cargada de emociones profundas y significados personales. El peso emocional de la Navidad Para la mayoría, la Navidad es tradición, recuerdos de infancia, conexión con seres queridos, y a menudo, una manera de reafirmar los lazos familiares. Por eso, cuando una pareja debe decidir dónde pasarla, no se trata solo de elegir una casa: están en juego sentimientos de nostalgia, lealtad y, a veces, culpa. Querer estar con la propia familia es algo natural. Cada persona tiene su propia historia y apego emocional a esta festividad. Pero cuando ambos tienen el mismo deseo y no parece haber un punto medio, es fácil que las conversaciones deriven en frustración, resentimientos o incluso en discusiones que se sienten más grandes de lo que realmente son. Lo que hay detrás de los conflictos de pareja en Navidad Lo interesante es que estas discusiones rara vez se tratan únicamente de la Navidad. Muchas veces, reflejan temas más profundos dentro de la relación. Tal vez hay problemas de comunicación que impiden expresar las necesidades de manera clara. O quizá existe el temor de que la familia del otro sea más importante en la dinámica de pareja. Incluso puede haber un trasfondo de sentirse poco valorado o entendido en otras áreas de la relación. También es importante considerar que los roles familiares muchas veces influyen en cómo se manejan estas decisiones. Algunos se sienten responsables de mantener ciertas tradiciones, mientras que otros cargan con expectativas familiares que no saben cómo manejar sin sentirse culpables. Buscar un equilibrio La solución no está en buscar ganar la discusión, sino en encontrar un punto medio que haga sentir valoradas a ambas partes. Aquí es donde entra la comunicación sincera y empática. No se trata solo de decir "quiero pasarla con mi familia", sino de explicar qué significa eso para vos, cómo te conecta con tus raíces y por qué es importante para tu bienestar emocional. Opciones como alternar los años o dividir el tiempo durante el mismo día pueden ser prácticas. Sin embargo, lo que realmente marca la diferencia es el enfoque: que la decisión sea un acuerdo mutuo, no una imposición. Entonces, ambos podrán decirle adiós a los conflictos de pareja en Navidad.
- Cómo derribar las expectativas de una “Navidad perfecta” y disfrutar realmente
La Navidad suele venir cargada de muchas emociones y expectativas. Nos bombardean imágenes de familias reunidas en mesas impecables, risas y regalos que parecen reflejar el amor absoluto. Pero la realidad, para muchos, puede ser distinta. La presión de hacer de esa noche algo especial puede convertirse en una carga que nos impide disfrutar del momento tal y como es. Derribar expectativas no significa renunciar a la magia. Muchas veces, soñamos con la “Navidad perfecta” que vemos en las películas o que imaginamos como ideal, pero la vida rara vez se alinea con eso. Tal vez la cena no sea como imaginabas, los conflictos familiares emerjan o simplemente el cansancio o recuerdos de fin de año pesen más de lo esperado. Sin embargo, dejar ir esas expectativas no es rendirse, sino abrirse a la experiencia real: disfrutar de la compañía, de los pequeños gestos de cariño, de las risas espontáneas o incluso de los silencios compartidos. El poder de establecer límites antes de la reunión Una Navidad tranquila y satisfactoria no solo depende de dejar ir expectativas, sino también de trabajar con anticipación en los límites propios. Saber decir que no a ciertas dinámicas familiares o establecer cómo queremos involucrarnos puede marcar la diferencia. Por ejemplo, decidir con antelación cómo reaccionar ante comentarios incómodos o expectativas poco realistas puede ahorrarte ansiedad y malos ratos. Comunicar lo que necesitás, ya sea un momento de calma durante la reunión o evitar ciertos temas sensibles, es un acto de cuidado propio que también beneficia a los demás. Además, los límites nos ayudan a protegernos emocionalmente, permitiéndonos disfrutar sin sentirnos obligados a cumplir con todo o a cargar con el peso de las tensiones familiares. La clave está en priorizar tu bienestar para que la noche sea más ligera y significativa. La Navidad no tiene que ser perfecta, solo auténtica.